martes, 1 de marzo de 2011

Mies malenredal


Muero de a poco en las pequeñas costas del atardecer
el agua en el atardecer me acoge subliminalmente
y las costras se estiran como estrías malignas
llenando mi cariño de pura maldad que no conocía.

Y se me hace conocido el habla del océano inquieto
porque yo lo inquieto cuando quiero y lo muevo
como quiero. Muevo las manos y muevo la silueta pequeña.

Me resbalo y sólo me doy cuenta yo, es trágico, triste
y melancólico saberlo. Es malo intentar reencarnarse en
su interior.

¡Hipócrita tú!, qué ganas me dan de vomitar. Te miro y me
río como río que cae al mar con aires asiáticos.

Te extraño, pero eres de mentira como el árbol de mi pared.
Me voy y me sumerjo como huesos ensalados.

De tiranía me caí en tu agujero hermoso, en la lengua acariciada
en la pubertad inmóvil y en el párpado seco.

En la sequía recorrí y en la maldad yo descubrí.
Y me descubrí.

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