Desangro en el momento más inoportuno y menos precioso, porque no puedo olerte como a las lenguas.
Lenguas que me miran, que me silvan, que me huelen derrepente y les digo que no a todas.
Menos a una, a una lengua que me habla bonito y me trata despacito. Una lengua corta y de ansiosas palabras que me destacan la dulzura más escondida y recóndita.
Sus poros clavados imposibles de arrancar como los míos y los de nadie, hacen que esa lengua sea perfecta y perfecta para cualquiera, una lengua que al fin y al cabo dice lo mismo y la ocupa para lo mismo. Una lengua que de todas formas no hace más que moverse. Una lengua que es corta y roja.
Pero mi última decisión será cortar la mía y verla morir de a poco, verla agonizar y verla destriparse frente a mi.
No sirvo para nada más, que para mover mi preciosa lengua.
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