lunes, 15 de febrero de 2010
Amaneciéndole
Sólo ahora que estamos,
ahora que estamos solos
vengo y te escribo
y sin venir, te escribo igual;
puedo escribirte en la cara
en las mismas palmas,
más allá del ojo y también
dentro de él.
Tu pupila se pone difícil
cada vez que acerco la
punta del lápiz y me da
cobardía al igual que a ti,
así que mejor escribo sobre
tu nariz, qué mejor lugar
para irse a escribir más
cosas de las que pienso.
Más tarde la naríz
sangraba, era todo mi culpa
pero no me culpaste, me
nombraste como quien
podía curarte, y enseguida
me fui a escribir al cuaderno
sin haberte ayudado, te
curaste solo mientras yo
escribía sobre alguna hoja
media suelta y sin inmutarme.
Cuando era la hora de tomar
once, solté mi lápiz, me dirigí
a la pared blanca y comencé
a dibujar obsenidades, dibujé
por más de 46 minutos sin
parar hasta cuando la pared
ya se había desteñido.
-¡Qué vanidad más irremediable!-
Así decían apuntandome
horrorizados con los ojos bien
grandes y yo sintiéndome
inmune a lo que dijeran, miré
mis manos negras por el carboncillo
y fui a dormir, cuando la mañana
no llegó hasta que desperté.-
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Intentando no herir, tal vez callaste verdades, y te hiciste una herida que se acostumbra y anestecia.
ResponderEliminarMe encantó